martes, 16 de mayo de 2017

Tiempo Ordinario




Tiempo Ordinario




Se contempla la misión redentora de Cristo en su plenitud y la misión de la iglesia.
El Tiempo ordinario ocurre dos veces en el año litúrgico: después de la época de Navidad hasta el miércoles de ceniza y desde el día después de Pentecostés hasta las oraciones de la vigilia del primer domingo de Adviento.
El Tiempo ordinario es considerado como un tiempo menor o “no fuerte”, como si los periodos privilegiados del Adviento, Cuaresma y Pascua fuesen los únicos a tener derecho de ciudadanía en el año litúrgico. Y, sin embargo, es un tiempo importante; tan importante que, sin él, la celebración del misterio de Cristo y la progresiva asimilación de los cristianos a este misterio se verían reducidos a puros episodios aislados, en lugar de impregnar toda la existencia de las comunidades de fé. Solamente cuando se comprende que el Tiempo ordinario es un tiempo imprescindible, que desarrolla el misterio pascual de un modo progresivo y profundo, se puede decir que se sabe qué es el año litúrgico. Quedarse tan sólo con los “tiempos fuertes” significa olvidar que el año litúrgico consiste en la celebración sagrada, en el curso de un año, del entero misterio de Cristo y de la obra de la salvación.
Ahora bien, la peculiaridad del Tiempo ordinario no radica en la constitución de un verdadero periodo litúrgico, en el que los domingos guardan una relación especial entre sí en torno a un aspecto determinado del misterio de Cristo. La fuerza del Tiempo ordinario está en cada uno de los 33 o 34 domingos que lo integran. Así lo indican las Normas universales sobre el año litúrgico: “Además de los tiempos que tienen carácter propio, quedan 33 o 34 semanas en el curso del año en las cuales no se celebra algún aspecto peculiar del misterio de Cristo, sino más bien se recuerda el mismo misterio de Cristo en su plenitud, principalmente los domingos” (NUALC 43). El Tiempo ordinario comienza el lunes que sigue al bautismo del Señor, domingo siguiente al 6 de enero fiesta de la Epifanía y se extiende hasta el miércoles de Ceniza, para reanudarse de nuevo el lunes después del domingo de Pentecostés y terminar antes de las primeras Vísperas del domingo I de Adviento (cf. NUALC 44). En los tiempos ordinarios, la Iglesia sigue construyendo el Reino de Cristo movida por el Espíritu y alimentada por la Palabra: “El Espíritu hace de la Iglesia el cuerpo de Cristo, hoy”.
Cristo Rey del Universo: Ultimo Domingo del Tiempo Ordinario
La celebración de la Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo, cierra el Año Litúrgico en el que se ha meditado sobre todo el misterio de su vida, su predicación y el anuncio del Reino de Dios. Esta fiesta se instituyó con el objeto de propagar entre los fieles el conocimiento de la dignidad de Nuestro Salvador. Si Cristo Rey es honrado por todos los católicos del mundo, se pondrá un remedio eficaz a los males que friccionan la sociedad humana, tales como la negación del Reino de Cristo; la negación del derecho de la Iglesia fundado en el derecho del mismo Cristo; la imposibilidad de enseñar al género humano, es decir, de dar leyes y de dirigir los pueblos para conducirlos a la eterna felicidad. El Papa Pío XI instituyó esta solemnidad con la carta encíclica Quas primas el 11 de diciembre de 1925, y después del Vaticano II ha sido colocada el último domingo del tiempo Ordinario, como final del año litúrgico.


Celebremos el Tiempo Ordinario
El Tiempo Ordinario de la Liturgia, ordinario no significa de poca importancia


Celebremos el Tiempo Ordinario
Celebremos el Tiempo Ordinario
Ordinario no significa de poca importancia, anodino, insulso, incoloro. Sencillamente,  con este nombre se le quiere distinguir de los “tiempos fuertes”, que son el ciclo de Pascua y el de Navidad con su preparación y su prolongación.

Es el tiempo más antiguo de la organización del año cristiano. Y además, ocupa la mayor parte del año: 33 ó 34 semanas, de las 52 que hay.

El Tiempo Ordinario tiene su gracia particular que hay que pedir a Dios y buscarla con toda la ilusión de nuestra vida: así como en este Tiempo Ordinario vemos a un Cristo ya maduro, responsable ante la misión que le encomendó su Padre, le vemos crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios su Padre y de los hombres, le vemos ir y venir, desvivirse por cumplir la Voluntad de su Padre, brindarse a los hombres…así también nosotros en el Tiempo Ordinario debemos buscar crecer y madurar nuestra fe, nuestra esperanza y nuestro amor, y sobre todo, cumplir con gozo la Voluntad Santísima de Dios. Esta es la gracia que debemos buscar e implorar de Dios durante estas 33 semanas del Tiempo Ordinario. 

Crecer. Crecer. Crecer. El que no crece, se estanca, se enferma y muere. Debemos crecer en nuestras tareas ordinarias: matrimonio, en la vida espiritual, en la vida profesional, en el trabajo, en el estudio, en las relaciones humanas. Debemos crecer también en medio de nuestros sufrimientos, éxitos, fracasos. ¡Cuántas virtudes podemos ejercitar en todo esto! El Tiempo Ordinario se convierte así en un gimnasio auténtico para encontrar a Dios en los acontecimientos diarios, ejercitarnos en virtudes, crecer en santidad…y todo se convierte en tiempo de salvación, en tiempo de gracia de Dios. ¡Todo es gracia para quien está atento y tiene fe y amor!

El espíritu del Tiempo Ordinario queda bien descrito en el prefacio VI dominical de la misa: “En ti vivimos, nos movemos y existimos; y todavía peregrinos en este mundo, no sólo experimentamos las pruebas cotidianas de tu amor, sino que poseemos ya en prenda la vida futura, pues esperamos gozar de la Pascua eterna, porque tenemos las primicias del Espíritu por el que resucitaste a Jesús de entre los muertos”. 

Este Tiempo Ordinario se divide como en dos “tandas”. Una primera, desde después del Bautismo del Señor hasta el comienzo de la Cuaresma. Y la segunda, desde después de Pentecostés hasta el Adviento. 

Os invitamos a aprovechar este Tiempo Ordinario con gran fervor, con esperanza, creciendo en las virtudes teologales. Es tiempo de gracia y salvación. Encontraremos a Dios en cada rincón de nuestro día. Basta tener ojos de fe para descubrirlo, no vivir miopes y encerrados en nuestro egoísmo y problemas. Dios va a pasar por nuestro camino. Y durante este tiempo miremos a ese Cristo apóstol, que desde temprano ora a su Padre, y después durante el día se desvive llevando la salvación a todos, terminando el día rendido a los pies de su Padre, que le consuela y le llena de su infinito amor, de ese amor que al día siguiente nos comunicará a raudales. Si no nos entusiasmamos con el Cristo apóstol, lleno de fuerza, de amor y vigor…¿con quién nos entusiasmaremos? 

Cristo, déjanos acompañarte durante este Tiempo Ordinario, para que aprendamos de ti a cómo comportarnos con tu Padre, con los demás, con los acontecimientos prósperos o adversos de la vida. Vamos contigo, ¿a quién temeremos? Queremos ser santos para santificar y elevar a nuestro mundo.